LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL CONFIRMA EL FRACASO DE LA IDENTIDAD

LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL CONFIRMA EL FRACASO DE LA IDENTIDAD

LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL CONFIRMA EL FRACASO DE LA IDENTIDAD

Por Ángel Orbea, psicoanalista

La inteligencia artificial -IA- hoy  entra en los medios por la puerta grande, pues en Bélgica se cobró una víctima. En los últimos tiempos una serie de expresiones y sintagmas referidas a la IA recubre el tema con dichos y términos totalmente imprecisos y falsos,  generando  escándalos, asombros, ignorancias  y hasta pánico.

En principio,  el término “inteligencia” ni siquiera tiene el status de concepto, a pesar de los esfuerzos de Jean Piaget quien durante toda su vida buscó una  lógica genética de la inteligencia que, no obstante,  quedó en el camino. Puede que haya una Psicología de la inteligencia,  pero inteligencia  es un constructo tan vacío como “mente”. Al respecto lo único que se pude sostener es que tanto la mente  como la inteligencia son tributarias de todas las especies vivientes, por cuanto éstas se adaptan al ambiente donde viven.

Para la gente en general, la inteligencia sirve para diferenciar  una persona de otra, pero aunque se le atribuyan miles de virtudes nada prueba una medida de inteligencia y se cae en  disquisiciones sobre un basamento meramente empático o antipático, es decir, segregativo.

Como remate a lo que se llama  inteligencia, cuando en una de sus visitas a Norteamérica el  famoso psicoanalista  Jacques Lacan fue interrogado sobre la inteligencia, su respuesta dejo patitiesos a Quine,  Chomsky y otras celebridades de las ciencias en el MIT de Massachusetts.  La irónica  respuesta fue “ Uds. dicen que la inteligencia sirve para que las cosas anden. Pues yo ando con mis pies, por eso estoy seguro de que pienso con ellos. Nada me ha demostrado aún lo contrario y eso que he visto cientos de cerebros”.

Sin embargo,  tanto para el amante como para el científico la inteligencia puede ser un fetiche,  con un poder de atracción irrefrenable para el primero, con un interés productivo  para el segundo. Inclusive desde hace años existe un test norteamericano que  pretende puntuar la inteligencia. Se llama Wisc y su comprensión requiere varias áreas  que dan un resultado para el momento pero  no contempla la historia ni el proceso, y en tal sentido, es pura inspiración anglosajona.

Con todo esto,  hoy el mundo  está frente a la presencia de una IA que, como tal, es producto de lo que los viejos periodistas llamaban “refritado” por cuanto parece que reúne todos o casi todos los algoritmos de una manera no binaria,  para -como en el coro de la tragedia antigua- llegar a una mímesis sin identidad ni persona, pero  con voz  y poder de resolución sin juicio subjetivo ni moral.

Sobre el tema, un precioso trabajo del filósofo Giorgio Agamben publicado en su libro Desnudez (Adriana Hidalgo Editora, 2011)    que lleva como título Identidad sin persona,  anticipa el movimiento que  está alterando al mundo por el quantun de información y los modos de obtenerla que se ponen en juego. Sin referirse  directamente a la IA, Agamben analiza los sistemas de seguridad basados primero en la  foto,  luego  en datos biológicos que comenzaron en Francia e Inglaterra a mediados del siglo XIX y tuvieron su manifestación en la clasificación por huellas digitales aún en uso. Esos métodos continúan con los dispositivos de videovigilancia, que ya no son solo para delincuentes sino que toda una ciudad queda bajo el ojo del Estado.

Por primera vez en la historia de la humanidad, la identidad de una persona pasa a ser vacía y anónima,  pues solamente los datos  biológicos, y genéticos determinan la identidad.  Ese proceso por el cual la persona humana queda reducida a lo biológico es comparado  por Agamben con la situación de los deportados a los campos de exterminio durante  Segunda Guerra Mundial,  a quienes se les negaba el  nombre y la nacionalidad: solo un número marcado a fuego  en el brazo los identificaba.

En nuestro país, la  identificación biométrica  con  la reciente  ley de historias clínicas  digitalizadas otorga el marco a la ID, que ya está a pleno cuando en una radio el último en retirarse cierra la puerta y enciende el programan de música hasta el otro día. El locutor remplazado por la máquina.

Claro que esa música así reproducida será una identidad sin nombre ni persona. Ninguna inteligencia digital, fractal, binaria,  virtual o artificial podrá asumir que en nuestra existencia de seres hablantes gozamos cuando lo hablamos, allí donde lo que goza es el cuerpo.

 



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