Trabajo de María Eugenia Navarro

Trabajo de María Eugenia Navarro

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Título: LA ZONA GRIS. Sobre dos casos de filicidio.

 Autor: Navarro María Eugenia, Licenciada en Psicología  UNLP

Perito Psicóloga. Especialista en Psicología Jurídica y Forense.

Institución: Asesoría Pericial de Azul dependiente de la Suprema Corte de Justicia de la Pcia de Bs As.

E mail: navarroeugenia@yahoo.com.ar

 

 

Objetivo.

Este trabajo propone acercarse a la complejidad que nos muestra la conducta filicida, tomando para ello los casos de dos mujeres que se evaluaron pericialmente en el marco de las causas penales que las tuvieron como imputadas. La idea es explorar los resortes de dicha conducta contextualizándola en una conflictiva grave vincular y subjetiva. A la vez mencionar las violencias a las que fueron sometidas por parte de profesionales en apreciaciones mediáticas y funcionarios en la forma de ser interrogadas.

 

Desarrollo.

 

Titulé el trabajo como “zona gris”, utilizando el concepto que usó Primo Levi, para referirse a la vida de los judíos en los campos de exterminio nazis, que se convirtieron en colaboradores forzados del genocidio y contribuyeron así a su propia destrucción. El concepto invita a desdibujar categorías extremas de víctimaria- víctima y concebir un espacio regido  por lógicas y categorías extrañas a las que solemos habitar.

 

Para ello voy a tomar dos casos que tienen aspectos en común. Sus perfiles difieren de lo que se expuso de ellas en los medios,  que  tomaron solo los hechos sin considerar la subjetividad de cada una. Expertos mediáticos del campo psi, se refirieron a ellas como psicópatas, ejerciendo una violencia de interpretación que se sumó a otras violencias de las que ya habían sido objeto.

 

El primer caso es el de María, una mujer joven a quien recibo en condición de detenida por haber dado muerte a su hijo nacido, de una forma que cuesta imaginar: estuvo sola en su parto, se cortó el cordón con un cuchillo,  introdujo al bebé en una bolsa y lo dejó en un terreno  lindante a su casa. El cadáver fue descubierto por niños que jugaban en el lugar. María fue detenida en su propia casa. Ella está casada y tiene cuatro hijos, de 5, 4, 3 y 1 año de edad.

Al leer el expediente, lo primero que apareció fue una pregunta: ¿cómo vencer la dificultad propia desde lo contratransferencial y establecer un lazo con esa persona, para que despliegue algo de su subjetividad?

Para mi sorpresa, en la entrevista me encontré con una mujer frágil, de voz tenue y mirada baja. Escuché su historia. Desamparo familiar, padres ausentes, sentimientos de vacío desde la adolescencia con ideas de suicidio recurrentes. Formó pareja a los catorce años con Jorge, un año mayor que ella, quien “la salvó” según ella, de ese vacío aunque hundiéndola en otro, con pautas rígidas a las que se  acomodó para encontrar algún tipo de sostén. El límite entre la condición de hundida y salvada es tenue, tal como lo explicó Levi en su libro “los hundidos y los salvados”.

 

María siempre fue retraída, solitaria, pasiva, susceptible al rechazo. Sin  lazos de amistad, se vinculó solo con su esposo, a quien se refirió como una persona rígida, autoritaria, irascible. Logró relatar que cuando se anotició de este quinto embarazo, no se animó a decirle a él por miedo, dado que no aceptaba otro hijo. “Con el cuarto se enojó”, dijo mirando al suelo y con tono apenas audible. Los meses pasaron ocultando el embarazo y evitando pensar que el momento del nacimiento algún día llegaría. Se inundó de angustia al rememorar el momento del parto cruento en el que evitó mirar al bebé antes de desecharlo. “Lo abracé pero no lo miré”, dijo. El niño quedó en lugar de desecho necesario para retornar al estado anterior. No fue posible para ella inscribirlo psíquicamente como hijo. La posibilidad de representarse un deseo diferente al de su esposo estaba cercenada por la opresión en la que se había habituado a vivir. María fue liberada al revelarse a través de la autopsia que el niño había nacido sin vida.

 

El otro caso es de una joven también de 22 años, que dio a luz en el hospital a un niño. Nadie de su entorno lo supo: solo su empleadora, a quien le dijo que se lo había dejado a sus padres, que vivían en el norte del país. A los pocos días se develó la condición de existente/desaparecido. Al ser indagada por su familia al respecto, hizo una crisis de angustia por la que fue hospitalizada. El cadáver del bebé estaba oculto en su departamento.

 

La joven, a quien llamaré Ema, llegó a la Asesoría Pericial acompañada por sus padres, no detenida porque la autopsia del bebé no había dado cuenta de la causa del deceso. Vivía sola en una ciudad donde estudiaba, desarraigada de sus padres quienes efectivamente vivían en el norte del país. Aparentaba una edad menor a la que tenía y hasta ese momento no había emitido palabra en el hospital, ni a sus padres  ni a su hermano mayor, su persona mas cercana.

 

Su actitud durante la primera entrevista fue pasiva, distante, defendida,  evitativa, con respuestas escuetas, tono de voz monocorde y desafectivizado.

Aún así relató que nació en la provincia de La Rioja. Sus padres eran testigos de Jehová, y las pautas durante su crianza fueron rígidas, sin posibilidad de comunicación con ellos. Desde los trece años padeció bulimia y algunas crisis por las que fue hospitalizada. No le estaba permitido tener novio que no fuera de la misma religión. A los veintidós años se trasladó a la provincia de Buenos Aires, donde ya estaba su hermano mayor, para estudiar enfermería. Se alojó en la casa de su abuela paterna, quien tuvo con ella y su hermano actitudes agresivas y expulsivas, por lo que decidieron irse de allí. Se enteró de su embarazo al quinto mes, producto de una relación con un joven que había quedado en su provincia. Relató que tenía la intención de contarlo pero no se animaba, el tiempo pasaba y cada vez era mas difícil.

 

No hubo controles médicos. Nadie notó el embarazo hasta el día en que se descompuso y fue al hospital, donde se produjo el parto. Debió ponerle un nombre y fue Caín. Dice no saber porqué lo eligió.

 

En la literatura bíblica, Caín, primer hijo de Adán y Eva, fue rechazado por Dios. Le pregunté como era Caín, ya que habría vivido unos días. Dijo: “no me lo acuerdo, fisicamente”. La mirada esquiva, otra vez. Al acercarnos al tema del fallecimiento y posterior ocultamiento del cuerpo, se retrajo. Dijo: “cuando llegué estaba vivo… miedo.. me temblaba todo…estaba dormido, lo moví y no se despertaba…”

 

Del expediente surgía que a la persona que supo del nacimiento, su empleadora, le dijo que lo había dejado con sus padres. Sobre esta versión, que daba mientras su hijo ya había muerto, dijo: “ya decía eso- quería creer eso”.

 

En la segunda entrevista se angustió mucho cuando me contó que la novia del hermano estaba embarazada y sus padres no se habían enojado con él. Por primera vez se había hecho presente la posibilidad de que un niño fuera del matrimonio y de la religión fuera aceptado. Su deseo se había habilitado.

 

 

Conclusiones

 

Tanto en el caso de Ema como en el de María me encontré con estructuras muy deficitarias en cuanto a su constitución narcisista, que se sirvieron del mecanismo de negación, desmentida, disociación, refugio en la fantasía, sin poder preguntarse sobre su deseo, una vez anoticiadas de un embarazo existente. Las dos se ocultaron con un gran costo psíquico cuando sus recursos disponibles eran muy limitados. Las dos temieron la ferocidad de un rechazo y expulsión de los vínculos que le daban un ser, esposa en el primer caso, hija y hermana en el segundo y al develarse los hechos recibieron la violencia de los interrogatorios y de las definiciones: “animal, monstruo, psicópata, etc”.

Ambas fueron diagnosticadas mediáticamente por el comportamiento desplegado, el asesinato de una persona, sin tener en cuenta en esas lecturas las subjetividades de sus protagonistas. Existe un entrelazamiento de lo intersubjetivo e intrapsíquico que nos convoca a contextualizar la conducta, como acción conducida desde dicha complejidad, un deseo inhabilitado, imposible de ser representado.

 

Cabe considerar este tipo de presentaciones como una clase híbrida, una zona gris, personas que si bien desde lo jurídico serían imputables,  al momento del hecho no habría existido para ellas elección posible.

 

Cuando la Fiscalía me preguntó sobre la posibilidad de que pudiera haberse visto afectada  la comprensión de la criminalidad de sus actos o la dirección de sus acciones, en los supuestos de asfixia u omisión de cuidados, la respuesta fue que sí. Su conducta  cabe ser leída desde el desamparo e incapacidad psíquica para investir a esa persona por nacer y luego nacida, en tanto tal,  llegando a ejecutar un acto violento cuando la disociación y distorsión de la lógica ya no alcanzan, a fin de expulsar ese real  intolerable.

 

 

Se trata de organizaciones psíquicas con una orfandad afectiva que reduce la capacidad metabólica del psiquismo para tramitar elementos complejos o ambivalentes en esa área. “Quería y no quería” dijo María respecto de un 5to hijo, pero no pudo avanzar de allí. Con un estilo evitativo, pasivo, introversivo, sobrevivientes de opresiones crónicas, con una pregunta inhabilitada respecto de su propio deseo.

 

Estos embarazos bajo las condiciones descriptas, podrían  pensarse como una coyuntura dramática, adquiriendo estatuto traumatogénico, dado que se movilizan operaciones psíquicas de supervivencia y luego conductas equiparables a la emoción violenta (*) tal como la llama el lenguaje jurídico. La emoción en estado crudo, revolucionado, sin tramitación simbólica emerge de forma violenta en un acto que es ajeno al devenir de ese sujeto.

 

En una de las entrevistas, Ema recordó el interrogatorio al que había sido sometida en el hospital, no sabe si de parte de psicólogas, psiquiatras o fiscales. “¿Por qué lo mataste?”  

 

Cuando la realidad enfrentó a Ema y María a una presión extrema que involucraba su propia supervivencia, se convirtieron en verdugos del supuesto deseo del opresor. ¿A qué precio? El de cargar con el remordimiento de un autosalvataje asentado en el hundimiento de un otro, con el costo psíquico del naufragio de una parte del ser propio.

 

 

(*) Manifestación emocional transitoria, imprevista, inmediata, intensa y avasallante que surge ante circunstancias que impliquen la posibilidad de perder la integridad corporal y/o psíquica (Diccionario de Psiquiatría y Psicología Forense. Ed Polemos 2006)

 

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